sábado, 27 de agosto de 2011

La historia de cómo escapé del O Fortuna II

Me llamo Marvik Winderth y esta es la historia de cómo escapé del O Fortuna II.
Desperté yo, un enano guapo, atractivo, hermosísimo, de melena negra larga y brillante, ojos azul claro, encerrado en una sucia jaula de barrotes gruesos y bastante oxidados. No quieras saber cómo llegue allí, y si lo quieres saber me da igual, no te lo voy a contar, no por ahora. Pero volviendo al tema, estaba yo allí, con la única compañía de una vela encendida a mi lado, encerrado, en un lugar oscuro y húmedo. No tenía muy claro donde estaba, pero demonios, ¡No tenia ron!
Me di de cabezazos contra los barrotes, los pateé, empujé e incluso mordí pero a pesar de su aspecto deteriorado eran aún sólidos. Rebusqué entre mis bolsillos en búsqueda de algo que me ayudase a escapar de ahí, pero, ¡Vaya! , No sé cómo no se me ocurrió pensar que quien quiera que fuese el que me encerró allí habría rebuscado antes. Me senté en un rincón y salude a las arañas que se mecían sobre mi cabeza.
Espere y espere y seguí esperando. Desconocía cuanto tiempo pasó desde que desperté en ese lugar.
-¡¿Hola?! – Pregunté mirando hacia los lados, donde tan solo veía oscuridad.
Ninguna respuesta, ningún ruido. Así estuve esperando durante quien sabe cuánto hasta que el suelo empezó a mecerse lentamente. Una luz me cegó durante un momento, se acababa de abrir una puerta frente a mí en la distancia y tres pequeñas figuras estaban en su umbral. Una de las figuras soltó una risilla y se dirigieron hacia mí.
- Vaya, vaya, vaya. ¿A quién tenemos aquí? Al señor Winderth.
Hablaba uno de ellos, el del medio, mientras los otros dos se separaban y abrían un par de ventanas iluminando la habitación. Conforme se acercaba pude verles mejor. Eran goblins, goblins de un verde amarillento, bien vestidos y llenos de alhajas. El que se dirigió a mí se acercó más y pude reconocerle. Era Tekror Cieloardiente. Te preguntarás quien es, pues es uno de los piratas más peligrosos que podrías encontrarte. Es un goblin bastante alto para su raza, fuerte con unos ojos y cabellera rojos como la lava.
- ¡Tekror! – Exclamé sorprendido.
- Bienvenido al O Fortuna II, ¿Qué? ¿No esperabas que te encontrase? ¡Te juré que me vengaría! Vas a pagar por todo lo que me hicisteis tú, tu hija y la estúpida tripulación en la que estabas metido.
Gritó con su voz chillona que aunque graciosa a mi me produjo terror en ese momento. Se acercó aún más, y pude ver su brazo, un gran armatoste de metal, ¡eso era su brazo!
Me miraba con furia, sabía que me mataría, solo me quedaba esperar. Hizo un gesto con su otro brazo y uno de sus acompañantes se acercó con un pergamino, pluma y un tintero.
- Para que veas que no me caes tan mal, te dejo que te despidas de tu hija. ¡La maldita enana que me cortó el brazo! – Exclamó Tekror mientras subía progresivamente el tono.
El goblin que traía las cosas las tiró dentro de la jaula riéndose. Le miré, mire los objetos y luego a Tekror. Este me miró con una sonrisa en la cara y me dijo:
- La mandaré enserio, puedes fiarte, y si no que más da, estarás muerto.
Y marchó seguido de los otros dos goblins. No sabía qué hacer, no sabía qué decir, no sabía qué pensar. Y mi pobre hija… Hacía mucho tiempo que no la veía y como ninguno de los dos paramos quietos no teníamos donde contactar. La última vez que la había visto estaba a bordo de Brisa del Alba, el dirigible que capitaneaba Yeirrek, un gran orco, no de tamaño, que también y de su aparato ni hablemos... Pero no nos desviemos…
Tras meditar mucho, pensé que no tenía nada que perder escribiendo a mi hija. Cogí los materiales, me tumbe en el suelo y escribí, escribí sin pensar, escribí lo que el corazón me decía. Cerré el sobre y puse la dirección a la que teníamos acordado mandarnos noticias a pesar de no usarlo mucho. Acabe llorando desconsoladamente, mi hija es lo único que tengo en esta vida ¿Sabes?
Al cabo de un rato vino uno de los goblins y me trajo agua, recogió la carta y si fue. El agua era poco mejor que barro. Intenté dormir pero no pude, me venía a la cabeza la imagen de mi hija, recuerdos felices, momentos que nunca más tendría.
- Hija mía, ojala pudiese volver… - Susurré.
Entonces, con el rosto sonriente de mi hija en mi mente, recobré la esperanza. Cómo un enano tan guapo como yo iba a morir a manos de una panda de duendecillos verdosos. ¡Nunca!
Rebusqué nuevamente entre mis ropas aun sabiendo que no encontraría nada y entonces caí en la cuenta. Quizás no fuese lo que buscaba, pero serviría. Escondido en la barba tenía un viejo peine de metal, regalo de mi padre, no tan guapo como yo pero bueno. Medité, ¿Que podía hacer con un viejo peine para escapar de allí? Me quede observándolo en silencio, le di mil vueltas y ni una sola idea.
- ¡Ya se! – Exclamé.
Usar sus púas como ganzúa fue mi gran y brillantísima idea. Era lo bastante grande para ello y usando un poco de mi grandiosa fuerza partí algunas. No funciono a la primera, ni la segunda ni la tercera así que tuve que seguir intentándolo hasta que por fin resultó. La puerta de la jaula se abrió pesadamente haciendo mucho ruido. Eso no lo esperaba así que corrí a esconderme. Afortunadamente encontré unas cajas y me escondí tras ellas. A los pocos segundos aparecieron un par de goblins, no sé si los mismos de la otra vez, me resultan todos iguales, y se dirigieron hacia la jaula, perplejos se miraron el uno a otro y a continuación a sus lados. Creí que serian más estúpidos, pero no, y comenzaron a rebuscar, mientras yo ahí mirándoles, esperando. Uno de ellos se acerco bastante a mí, pero sin darle tiempo a descubrirme, salte sobre él y empecé a golpear su fea y calva cabeza. Debido a mi peso, que es todo musculo, se tambaleo y cayó al suelo. El segundo goblin mientras tanto vino corriendo y me cogió del cuello. Me faltaba el aire pero eso no impidió que le metiese los dedos en los ojos repetidas veces al goblin que tenia debajo. Mira si tuve suerte que mi amigo el goblin cegado tenía una daga, que obviamente tome prestada, para asestar un pequeñísimo corte en una de las muñecas del goblin que me apresaba con el resultado de una ducha de sangre. Un goblin gateando por el suelo, otro gritando mientras intentaba taponar la herida… Uno no se quiere quedar con ese panorama así que con la daga en la mano y lleno de sangre salí de la habitación.
Era de noche y soplaba el viento. Estaba bastante iluminado debido a la gran, inmensa, gigantesca y enorme luna y a pequeños puntitos de estrellas. No era un dirigible muy grande, seguramente tendrían más o algún otro más importante. Me pegué a la pared para intentar ocultarme. Un goblin distraído pasó a mi lado y con la velocidad asombrosa que poseo le agarré y le di un cabezazo que le dejó sin sentido. Menudos debiluchos aquellos personajillos. Caminé despacio, intentando no hacer ruido y en cuanto estuvo a mi alcance acerqué la cabeza a la borda y miré hacia abajo. Un infinito mar azul oscuro. Estaba muy alto. Podría haber saltado, pero no lo hice. Puede que sea tonto, aunque mi belleza y fuerza lo compense, pero no iban a salir tan bien parados mis amigos los goblins después de haberme secuestrado.
Eché un vistazo alrededor, no parecía haber más goblins. Tenía que pensar algo rápido, me mire a las manos, y se me ocurrió.
Caminé con cuidado aunque con paso rápido por la cubierta hasta que encontré una pequeña escalera de cuerda que subía. Subí, subí y cuando llegue arriba, sin pensarlo dos veces clavé la daga que aun sostenía y raje la tela del zepelín cuan largo era mi brazo. Parecía que no pasaba nada, pero al mirar hacia el mar vi que descendía, lentamente, pero lo hacía. Baje rápidamente, sonriendo, pero cuando llegue abajo Tekror Cieloardiente me estaba esperando.
Me cogió del cuello y me levantó. Pataleé y me retorcí. Me empezaba a faltar el aire, pero cogí un poco de impulso y conseguí darle una patada a su fea y verdosa cara. Me soltó y caí de culo. Dolió. Me miraba con ira, mucha ira. Se agachó con el brazo metálico extendido para volver a agarrarme pero yo fui más rápido y gire hacia un lado esquivándole. Me levante mientras daba un paso atrás y colocaba la daga de modo defensivo. Pensaras, ¿Que va hacer una daga contra un brazo metálico? Pues la verdad es que nada, me lanzo un puñetazo a la cara y caí hacia atrás de nuevo. Había más sangre y esta vez mía, mi preciosa cara….
-¡Mi cara no se toca! - Le grite con furia.
Cargué hacia él y dándole un cabezazo en el estomago lo tire al suelo. Se encogió, supongo que de dolor, pero me agarro de un tobillo y por tercera vez caí al suelo. Se me subió encima e intentó darme otro puñetazo, entonces fue mi turno, y como él me había hecho, intente estrangularle, dimos varios giros, abajo, arriba, abajo, arriba. El zepelín iba perdiendo altura pero muy lentamente. Chocamos con la barandilla quedando yo arriba. Le mire, me miró y le dije:
- ¡MI CARA NO-SE-TOCA!
Le solté, me levante rápidamente y cerré los ojoscogiendo impulso me dispuse a saltar. Ya podia sentir las frias aguas. Pero Tekror me agarro y metió de nuevo en el dirigible. Le di una patada y me soltó.
- ¡Te acordarás de esto Winderth! ¡Te acordaras!
Eso fue lo último que escuche mientras me zambullía en las frías aguas del mar. Nadé y nadé hasta quedarme sin fuerzas y entonces, para mi suerte, ¡Una tortuga marina! Iba lentamente y mi miró un segundo mientras seguía con su camino. No lo pensé dos veces y me subí. No se quejó pero aun así le di las gracias. Acabé durmiéndome abrazado a ella.
Desperté en una costa y, bueno, nadé, nadé y viaje hasta llegar aquí, pero eso ya son otras historias.
Ahora estoy buscando a mi hija antes de que la encuentren. Pero bueno… Ya te habrás cansado de mis fantásticas aventuras. ¿Te invito a otra cerveza?

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